Autora: Lucía Morente Vargas
Había una vez una niña muy fea. Su madre le había hecho una capa negra y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Negra.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado de la casa de los cerditos, recomendándole que no se entretuviese por el camino a la casa de los tres cerditos, los cerditos eran muy peligrosos, ya que siempre se comian al que entrara.
Caperucita Negra recogió la cesta con los pasteles de moho y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el camino de las ratas para llegar a casa de la abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas, todos estaban muertos por las ratas.
De repente vio la rata reina, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó la rata gigante con su voz chirriante.
- A casa de mi abuelita- le dijo Caperucita.
- No está lejos- pensó la rata para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: la rata se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy triste cuando le lleve un feísimo ramo de flores podridas además de los pasteles con moho.
Mientras tanto, el ejército de las ratas se fue a casa de la abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del ejército.
EL EJÉRCITO escondió a la Abuelita en la sopa de puchero, puso el gorro rosa en la cabeza de la rata, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita negra llegó enseguida, toda fea.
La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más apestosos tienes!
- Son de las porquerias que me manda el médico - dijo la rata tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo la rata.
- Abuelita, abuelita, ¡qué boca más grande tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, la rata malvada se abalanzó sobre la niñita y la metio en el potaje, lo mismo que había hecho con la abuelita, pero la abuelita estaba en la sopa de puchero y Caperucita Negra en el potaje.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones de la rata, decidió echar un aliento a ver si todo iba mal en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un secador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y a la rata tumbada en la cama, dormida de tanta sopa que se comió.
El cazador sacó su pepino del bolsillo y se lo comió. Para castigar a la rata mala, el cazador le llenó el vientre de tomates y luego lo volvió a cerrar. Cuando la rata despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como los tomates pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y su abuela, sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Negra había aprendido la lección. Prometió a su abuelita hablar con desconocidos que se encontrara en el camino. De ahora en adelante no seguiría las recomendaciones de su abuelita y de su mamá.
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