Autora: Lucía Díaz Pérez
-Bien, renos, ya va siendo hora de ponernos en marcha, se acerca el gran día y tenemos que practicar un poco si no queremos que halla problemas- opiné yo, Santa Claus.
En ese momento, Trueno, Relámpago, Juguetón, Cupido, Cometa, Alegre, Bailarín, Saltarín y Rudolph (mis fieles renos) empezaron a caminar elegantemente hacia el exterior.
En el momento en el que la pezuña del primer reno tocó la fría nieve pegó un salto hacia atrás empujando al resto también, pero claro, sin que hubiera ninguna lesión por suerte.
-¡Vega chicos! No me vengáis ahora con que tenéis frío. Tened en cuenta que estaremos en lugares posiblemente más fríos, tenéis que acostumbraros. Mirad, si queréis me quito ahora mismo mis botas rojas y me quedo descalzo para sufrir con vosotros.
¡Ahora que lo pienso fue una mala idea! Nada más que un solo dedo de mi pie tocó el frío suelo, sentí un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo.
Así que decidí que debería hacer algo para que yo no me congelara de frío y mis renos tampoco.
-¡Ya lo tengo, ya sé lo que haremos!- grité yo entusiasmado mientras me ponía mi bota roja e iba corriendo hacia el interior de la casa en el que estaba mi mujer a la que todos llamaban Mamá Noel- ¡Cariño, necesito tu ayuda urgentemente! Los renos no quieren salir fuera porque tienen mucho frío en las pezuñas, así que he pensado que si los renos tuvieran una especie de calcetines...-le dije dulcemente a mi esposa mirándole con la cara que ponen los niños cuando quieren algo muy importante.
-Y a ver si adivino, quieres que yo les teja los calcetines a tus renos, ¿cierto?- dijo ella con una sonrisa en la cara.
-Sí por favor, necesitamos... a ver, nueve por cuatro treinta y...
-Treinta y seis- dijo mi mujer entre risas.
-Claro, claro, si yo ya lo sabía- dije yo intentando disimular.
Después, le di un beso en la mejilla y me dirigí a los establos donde los renos se habían vuelto a tumbar entre la paja.
-¡Arriba gandules!- grité yo enojado al comprobar que los renos voladores no estaban por la labor de trabajar.
En ese momento, todos dieron un brinco despertándose de nuevo.
Un ratito después, llegó mi mujer con los treinta y seis calcetines.
-Bueno, aquí los tenéis y para que no os confundáis de calcetines...- dijo con un aire de misterio- he hecho cada par de calcetines de un color y un estampado distinto, uno para cada reno.
A mi queridos renos pareció entusiasmarles la idea así que, olvidando el frío y sueño que tenían, se acercaron a mi mujer y ella muy feliz le dio a cada reno un par de calcetines.
Yo observaba cómo mi mujer y los renos disfrutaban repartiendo o recogiendo los calcetines, cosa que me provocó una alegría inmensa puesto que los renos y mi mujer no se llevaban muy bien.
-Hala, ya está, cada uno tiene un par de calcetines- luego se dirigió a mi y me dio un besito en la nariz colorada.
-Estupendo, ya podemos empezar a practicar- dije yo feliz a los renos.
Ellos me miraron y empezaron a correr derechitos al trineo para ponerse cada uno en su sitio y empezar las prácticas.
En el aire hicimos piruetas, remolinos... La verdad es que en los entrenamientos nos lo pasamos de maravilla.
-¡Muy bien, chicos! Ahora nos toca practicar la velocidad Papá Noel.
Por desgracia, eso no salió tan bien como esperaba. Uno de los renos estaba despistado y no me escuchó así que no lo hizo y me caí del trineo cuando los demás lo intentaron hacer y ese reno no lo pudo..
Cuando los renos se dieron cuenta de que yo no estaba, se pusieron como locos a buscarme hasta que uno de ellos gritó:
-¡Ahí abajo, chicos, Santa está ahí abajo, en la nieve!
Todos los demás se giraron y vieron que era cierto así que todos bajaron, se desataron del trineo y vinieron a ver si estaba muerto o si seguía con vida.
Por suerte seguía vivo, pero no estaba en condiciones de poder llevar los regalos a los niños la noche de Nochebuena.
Mi mujer miró a través de la ventana y se dio cuenta de que yo estaba tirado en el suelo, así que salió espetada de la casa y se acercó a mi.
Entre todos me metieron en casa y me tumbaron en la cama para que pudiera descansar, luego encendieron la estufa y cuando me desperté me vi rodeado de renos observándome, así que me pegué un buen susto.
-Tranquilo, no pasa nada- me tranquilizó Mamá Noel.
Al darme cuenta de que eran mis renos me quedé más tranquilo, después, cuando ya estaba más recuperado, me contaron lo ocurrido.
Los renos se sentían fatal por lo que había pasado, especialmente el autor del desastre, Rudolph.
-No te preocupes, no es culpa tuya, Rudolph- pronuncié yo con la intención de consolarle.
-¡Sí que es culpa mía! No sabes cuánto lo siento, si hubiera estado más atento, todo hubiera salido bien, y no que ahora la Navidad está en peligro.
-¡Rudolph! Un poco de seriedad, sé fuerte. Si quieres arreglar lo que has causado, necesitarás ir a buscar a mi hermano, Hermano Noel, al Valle de las Nieves. Cuando le encuentres tendrás que decirle que la Navidad depende de él y que Santa Claus necesita su ayuda.
-Rudolph, no irás solo, hemos decidido que iremos contigo- dijo seriamente Relámpago, el reno mayor.
Rudolph, orgulloso de los buenos amigos que tenía, asintió con la cabeza en señal de agradecimiento.
Todavía no era ni siquiera la hora de comer, así que tenían tiempo de prepararse para el viaje. Les preparé un mapa para llegar a la casa de mi hermano por el camino más corto.
-Muchas gracias, Santa Claus, discúlpame de nuevo- dijo Rudolph que seguía sintiéndose culpable.
-No tienes por qué darlas, ni las gracias ni las disculpas.
A la hora de comer ya estaban todos preparados para partir hacia le Valle de las Nieves. Si te soy sincero no estaba muy preocupado ya que quedaba una semana para el gran día y para llegar a casa de mi hermano había dos días de ida y otros dos de vuelta.
-¿Tu crees que tendremos tiempo suficiente para todo?- dijo Mamá Noel un poco preocupada.
-¡Por supuesto que sí! Todo saldrá a pedir de boca, cariño- dije yo- además, mis renos nunca me han fallado, y hoy no será el día que lo hagan, puedo asegurártelo.
Mientras se establecía esta conversación los renos volaban en dirección al Valle de las Nieves.
Dos días después los renos llegaban al Valle, pero por desgracia, en la puerta de la casa de mi hermano había nueve lobos rodeando a mi hermano, así que los renos se pensaron que estaban atacándole.
-¡Hermano Noel! Los lobos le están atacando- gritaron los renos al unísono.
-¿Quienes sois vosotros?- dijo mi hermano indiferente.
-Somos el Escuadrón Volador de Santa Claus.
-¡Anda, mira qué bien! Los renos de mi hermano el perfecto ¿no?
Trueno, Relámpago, Juguetón, Cupido, Cometa, Alegre, Bailarín, Saltarín y Rudolph se miraron con cara de extrañados.
-No te entendemos, deberías estar orgulloso de tu hermano en vez de tenerle envidia.
-¡¿Cómooo?! ¡¿Me estáis diciendo que no debería tenerle envidia a mi hermano?! Toda mi vida me he preparado para ser el sucesor de mi padre ¿y mi hermano qué ha hecho para conseguirlo? ¡NADA! Solamente llegó y cuando mi padre estaba a punto de morir anunció a su sucesor. Me tiré toda la vida preparándome y esperaba ser yo el elegido así que cuando nombró a mi hermano juré vengarme de él, pero lógicamente siempre se ha creído que me llevo de maravilla con él, por lo que no sabe que llevo todos estos años pensando en la manera de acabar con mi “queridísimo” hermano.
Los renos se miraron asombrados.
-Bien, entonces, queridos renos de Santa Claus, ¿para qué se supone que estáis aquí?- preguntó mi hermano con aire indiferente.
-¡Para nada! No te preocupes, seguro que la Navidad se salva sola y que Santa Claus estará recuperado de su accidente antes de tener que repartir los regalos- dijeron los renos al unísono, pero cuando se dieron cuenta de lo que habían dicho, ya era demasiado tarde. A Hermano Noel se le abrieron los ojos como platos y empezó a reir maléficamente.
-Así que mi hermano necesita mi ayuda, ¿no? ¡Pues yo le ayudaré, en marcha lobos, llevadme hasta la casa de Santa Claus!
Nada más acabar la frase los renos salieron volando a velocidad Papá Noel y consiguieron despistar a lo lobos.
Normalmente por el camino corto a paso ligero se tardan dos días, pero a la velocidad a la que iban los renos, tardaron dos horas nada más.
-¡SANTA CLAUS! ¡SANTA CLAUS!- repetían los renos una y otra vez.
-¿Qué pasa, ya habéis traído a Hermano Noel?- pregunté yo un poco intrigado al ver que venían solos.
-Por suerte para ti, no lo hemos traído.
Yo miré a mi renos con cara de extrañado y les pedí amablemente que me contaran qué era lo que había pasado.
-¡¿QUE MI HERMANO QUÉ?!- eso fue lo único que llegué a decir, el resto de palabras no me salían por el asombro. La verdad era que no me podía creer lo que oían mis oídos.
Todos estábamos nerviosísimos, especialmente Mamá Noel y yo que no dábamos crédito a lo que oíamos.
Sabíamos que mi hermano tardaría dos días en llegar así que tuvimos tiempo de preparar una estrategia para que no entrasen en la guarida.
En solamente tres horas, nos dio tiempo a construir un laberinto enorme que solo nosotros sabíamos atravesar, y por suerte, no había otra entrada.
Cuando mi hermano llegó no es que lo hiciera con una entrada muy silenciosa que digamos, sino al revés, parecía que intentaba formar el mayor escándalo posible.
Pasaron los días y me recuperé justo el día antes de Nochebuena, así que pude repartir todos los regalos a tiempo sin ninguna molestia puesto que mi hermano seguía atrapado en el laberinto.
Cuando volvimos a La Guarida, todo seguía como estaba, lo que pasa, es que no sabríamos durante cuánto tiempo. Pero eso, es otra historia.
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